Como pueblo del alto Pirineo aragonés, a 1033 metros de altitud, Torla-Ordesa ha sido paso fronterizo durante siglos. Su situación geográfica marcó su historia, sufriendo permanentes incursiones y asedios de los franceses, sobre todo con los vecinos del valle de Barèges. Aunque sin comunicación por carretera con Francia, el municipio de Torla-Ordesa ha mantenido también estrechos lazos con el país vecino que han influido en su modo de vida, siendo cañada de paso del ganado desde el siglo XIII.
En 1512, a raíz de uno de los más importantes saqueos, la localidad reforzó el sistema defensivo. Entre 1525 y 1550 se levantaron fortificaciones de defensa y Torla estuvo amurallada. Tras varias batallas y guerras, el pueblo conserva una parte de su castillo, donde ahora se encuentran la abadía y el museo etnológico, y restos de puertas y torres, como la de Casa Ruba. El XVII fue un siglo de esplendor económico, que enriqueció a vecinos y que todavía se trasluce en las bonitas casonas que perviven, como Viú, Oliván, Sastre o Pintao. La guerra de la Independencia y la guerra civil española supusieron un duro revés y la pérdida de población.
Hasta hace unos años, en los que Torla se abrió al turismo, su medio de vida fue la ganadería y el estraperlo o contrabando, sobre todo durante los años 40-50 del siglo XX. Gracias a ello, muchas casas y familias del lugar pudieron mantenerse. En la actualidad, el municipio de Torla-Ordesa vive volcado en el turismo, su mayor fuente de ingresos, y en la ganadería.